Tamara se
levantó de un brinco de la cama nada más
oír el despertador, ya llevaba tiempo despierta debido a los nervios, miro su
maleta ya terminada desde hacía dos días, una sonrisa surco su rostro, hoy era
el día, el día en el que su vida cambiaría. Lo llevaba esperando desde que la
llamaron para decirle que le habían concedido
la beca para estudiar en Japón, la llamada era de confirmación, para asegurarse
de que ella no tuviera inconvenientes en estar en un internado en Japón durante
un año, en un principio se había
emocionado ante la idea de viajar, pero de pronto el miedo se apoderó de ella
el pensar que iba a estar sola, totalmente sola, en un lugar desconocido, en el
que aunque ella tuviera un nivel de japonés aceptable, motivo por el que le
dieron la beca, no se hablaba su idioma,
de repente sintió que se mareaba, pero enseguida se recuperó, empezó a darle
vueltas a los pros y los contras, y claramente los pros ganaron, quería cambiar,
ser otra persona, quería dejar de ser la inocente Tamara que a sus dieciséis
años no sabía nada del mundo.
Ya vestida,
comenzó a oler el desayuno que su madre le estaba preparando, sin duda se
estaba esmerando, ese iba a ser el ultimo desayuno que le prepararía hasta
dentro de un año, pensar eso casi le hace arrepentirse, pero no se lo permitió,
ese era su gran viaje y si no lo hacía sabia que jamás se lo perdonaría a sí
misma. Se miró al espejo llevaba el pelo suelto
bien alisado, aunque su pelo natural era rizado, pero como era una
ocasión especial se lo había alisado a conciencia, un vestido de cuadros marrones
naranjas y amarillos, que le cubría hasta las rodillas, con puntilla
al final, un clásico palabra de honor que le mostraba dulce y campestre, pero
en conjunto con sus botas grises altas adornadas con unos cordones que
recorrían las botas de pies a acebeza adornándolas y dándolas una sujeción
inmejorable, le daban un toque roquero que apenas se percibía. Este no era el
tipo de ropa que solía llevar, ella siempre se vestía con ropa poco llamativa y
sencilla, un acierto para que nadie se pudiera meter con ella por la ropa que
llevaba, pero quería ser diferente, no quería ser la misma después de ese viaje
ni tampoco al empezarlo.
-
¡Tamara, el
desayuno!- los gritos de su madre, la sobresaltaron, se miró por última vez en
el espejo y salió de su habitación, junto con la maleta, para no tener que
volver a por ella.
Media hora
más tarde estaba en el aeropuerto, había llegado demasiado justa de tiempo,
pero sus padres se habían empeñado en hacer unas fotos de familia antes de que
se marchara, antes de desaparecer de la vista de su familia miro hacia atrás,
hasta su irritante hermano mayor había venido a despedirla, él era el perfecto
adolescente, a sus 18 años, tocaba la guitarra a la perfección, sabia cantar, y
aunque sus notas no eran brillantes sus profesores le adoraban, y todo el mundo,
ella le envidiaba, su voz cantando se asimilaba a una sinfonía de uñas sobre
una pizarra, y aunque sus notas fueran las más brillantes de su curso y nunca
se hubiera metido en líos, ni había dado
motivos a la gente para que le odiara, solo tenía dos amigas, Irina y Laura,
que claramente entre ellas se llevaban mejor, más de una vez habían quedado y
ella se había quedado apartada mientras ellas comentaban algunos pequeños
secretos que las unían. Ellas no habían venido a despedirla, se habían
despedido ayer por la noche, no querían madrugar, ni aunque fuera para
despedirse de su amiga que se iba por un año entero a otro país. Levantó la
mano ligeramente y con una sonrisa visualizo la última imagen de su familia que
iba a ver hasta dentro de un año, sus padre unidos en un abrazo ligero y su
hermano a la derecha de estos, una sonrisa salió de él cuando Tamara le dirigió
una mirada, la estaba animando, era la primera vez que su hermano la sonreía de
esa forma tan familiar, esto le dio el valor que necesitaba para darse la
vuelta y pasar por el detector de metales, recogió su bolso y su equipaje de
mano, sin echar otra mirada atrás, sabía que si lo hacía acabaría llorando. Sus
padres la observaban mientras ella se perdía entre la gente del aeropuerto,
tardarían mucho en volver a ver su niña, que ya no era tan niña.
Entro en el
avión con paso indeciso, una azafata la esperaba con una cesta con caramelos,
ella cogió uno y le dio las gracias, cuando entro, pudo observar que la mayoría
de los demás pasajeros ya estaban en sus asientos, miró a su alrededor, no
había ningún adolescente aparte de ella, y la mayoría de los ocupantes del
avión eran asiáticos, solo unos pocos empresarios se podía decir que fueran
españoles. Guardó su equipaje de mano en el emplazamiento de encima de su
cabeza, pero se quedo con el bolso, en el que guardaba un libro con el que
entretenerse durante el viaje, a su lado un niño pequeño de unos 9 años
intentaba pasar un nivel de Mario Bross antes de que las azafatas anunciaran el
despegue y le obligaran a apagar su nintendo. Su madre que se sentaba atrás con
una niña más pequeña y con su marido intentaba convencerle de que cambiara el
sitio con su padre y que dejara de una vez la consola, no hablaban en español, sino
en Japonés, y Tamara se sorprendió así misma cuando se dio cuenta de que les entendía
claramente, esto le subió la moral considerablemente, apago su móvil, abrió el
libro que había escogido para el viaje, “Las estrellas se pueden contar”, tenía
pinta de ser más dulce y empalagoso que la tarta de chocolate, pero le apetecía
leerlo, ya que jamás su vida había sido dulce en el sentido amoroso, y para
saber más de ese mundo leía sobre él, su mirada se centró en la primera pagina
del libro abandonando así el mundo real y se sumiéndose en el fantástico mundo
de la imaginación. Después de una hora después del despegue, una azafata comenzó
a recorrer el avión con una bandeja repartiendo el aperitivo, solo unas bolsas
de galletas y un refresco o café, a elegir, Tamara únicamente cogió la
coca-cola, no le gustaba comer mucho durante los viajes largos. Al terminar el
vaso de coca-cola prefirió dormir, el cansancio de no haber pegado ojo en toda
la noche empezaba a hacer mella en ella y antes de que se diera cuenta ya había
caído en un sueño profundo. Durante el resto del viaje solo había abandonado el
sueño cuando sus necesidades biológicas la reclamaban y cuando el niño que
tenía al lado en unas ligeras turbulencias se asustó y de forma automática se
agarro a su hombro, claro que cuando se calmo, se avergonzó tanto que se puso
rojo como un tomate, alejándose rápidamente, puso sus manos sobre sus rodillas
y miró al frente intentando no mirarla, Tamara para que no sintiera tanta
vergüenza, se acercó a él y suavemente con su mano hizo que su cabeza se
apoyara en su braza de nuevo el niño la miro una vez más y con una sonrisa,
ambos se durmieron.
En el punto
de encuentro del aeropuerto la esperaba un señor vestido de negro casi
totalmente, si no fuera por la camisa de un blanco intenso, en el cartel que
sostenía en las manos ponía su nombre, Ardura Tamara, todavía no se había hecho
a la idea de que comenzaran a llamarla por su apellido en lugar de su nombre.
Agarro con fuerza sus maletas y se dirigió hasta su guía y con el mejor acento
posible se presento.
-
Hola, soy
Ardura Tamara, encantada de conocerlo – esta presentación fue seguida de una
ligera inclinación tal y como le había enseñado.
-
Bienvenida
Ardura-Ojousama, por favor permítame cogerle las maletas, el coche espera.
Tamara
sonrió y le siguió con una sonrisa que denotaba su felicidad, durante todo el
trayecto su mirada se deslizaba por las calles de Japón, abarrotadas y con una
cantidad increíble de carteles llamativos que las tiendas usan para
promocionarse. A pesar de que había visto el internado en fotos, se quedo sin
habla cuando lo vio, era enorme, por sus paredes altas hechas de ladrillo gris
ascendían unas hermosas enredaderas, las ventanas tenían alrededor ladrillos
lisos y de un blanco casi beis, el edificio estaba rodeado de unos jardines
bien cuidados en los que había estanques diminutos con peces de diferentes
colores. En un principio este enorme monumento le recordó a los colegios que
salían en las películas inglesas, ambos tenían ese aspecto de antiguo y esa
elegancia inconfundible, pero este edificio tenía unos toques orientales que
desvanecían el parecido, los cerezos que adornaban el recorrido desde la verja
hasta casi la entrada principal, una fuente con motivos orientales al final de
este hermoso de arboles, desplegaba ligeros chorros de agua en los que se
bañaban unos pajarillos que ella no había visto jamás, o eso le parecía. Cuando
Tamara vio el hall se le heló la sangre, era un espacio decorado con símbolos
zen que según la cultura japonesa dan tranquilidad y armonía. Se había quedado
tan embobada viendo la sala que casi se olvida de que tenía esperando a su guía
para llevarla hasta el despacho de la directora donde esta le daría la
correspondiente bienvenida.
El despacho
la desilusionó, no era lujoso ni tan hermoso como el resto de las instalaciones
que hasta el momento había visto, aunque era elegante, pero demasiado sobrio,
falto de color, claramente una representación del alma de aquella mujer de unos
30 años de mirada gélida, que mostraba sin ningún pudor. Tamara no veía este
ahora de frialdad que despedía, quizás fuera porque estaba contenta de estar
ahí o por que siempre había creído en la bondad de la gente y su opinión de que
todo el mundo es bueno, solo tiene formas diferentes de protegerse de lo que
cree malo. A su lado se encontraba una alumna con la misma aura de frialdad,
aunque más leve y con un toque dulce, probablemente se debía a su juventud.
-
Bienvenida a
Japón, y a este instituto, Ardura- Ojousama- La mujer ni siquiera sonrió cuando
saludó a Tamara.
Tamara que
conocía a la perfección las costumbre japonesas hizo una leve inclinación de
cabeza a la vez que respondía a la bienvenida que se le ofrecía.
-
Muchas
gracias Sra. Directora, me gustaría que me llamaras por mi nombre, Tamara.
-
Eso sería
una falta de educación por mi parte, y que usted me lo pida me da a entender
que no ha leído las normas de conducta- suspiró desagradada- Nanami-san, dale
el horario y también el libro de las normas, espero que te pongas al día
enseguida, no me gustan los retrasos.
El disgusto
de la Directora, desilusionó a Tamara, acababa de llegar y ya había metido la
pata, todo lo contrario de lo que tenía en mente. La alumna, a la que la
directora había llamado Nanami-san, se dio la vuelta y recogió de la mesa
varias hojas y un libro, una vez las tuvo en su mano, se inclinó ante esa mujer
de ojos fríos y abrió la puerta esperando que Tamara la siguiera, Tamara
también se inclinó con la elegancia que se le había enseñado, pero en ese
momento se sentía torpe. Siguió a “la señorita Nanami” escuchando atentamente
sus explicaciones. Munia Nanami, ese era su nombre completo, un nombre que le
agrada, más por su historia que por él nombre en si, era un nombre que su
familia había heredado de unos antepasados que viajaron a Japón desde Egipto hacía
ya muchos años. Munia estaba orgullosa de sus orígenes, pero procuraba que no
se notara mucho la superioridad que sentía por esto, sin embargo todo lo veía
claramente, era la típica alumna perfecta, los profesores no trataban con
privilegios ni nada por estilo, solo la Directora mostraba simpatía por ella, probablemente
por su personalidad gemela, los demás profesores la encontraban demasiado fría
para ser una chica tan joven, sin esa sonrisa tonta que te sale cuando te ríes
por algo que no ha tenido gracia pero lo haces para mostrar tu felicidad o
simplemente sonreír cuando te sucede algo bonito o simplemente bueno.
Munia la
guió hasta la habitación, Tamara estaba satura, Munia le había dado un discurso
sobre cada una de las instalaciones y uno muy interesante sobre la historia del
colegio, en un principio Tamara pensó que la tomaba el pelo, ¿de verdad se había
aprendido todo eso para decírselo a ella, solo por una alumna nueva? Por último
Munia guió a Tamara a través de un largo
pasillo que al final se bifurcaba en dos, había dos carteles que indican que a
la derecha estaba las habitaciones de las chicas y a la izquierda las de los
chicos, Munia se detuvo en esa bifurcación mirando seriamente a Tamara, esta se
quedo tan extrañada que por su mente paso la ligera idea de que Nanami fuera un…
La rechazó enseguida, eso era imposible ¿no?
-
Como no has leído
las normas me veo obligada- Tamara suspiró y se relajó al oír de su boca un
adjetivo en femenino- a advertirte, esta prohibido que un chico valla a la zona
de chicas y viceversa, el castigo irá desde limpieza de las aulas hasta la
expulsión y en tu caso perderás la beca.
- ¡Vaya! Si
que os tomáis en serio el orden en esta escuela, ¿Por qué no nos castráis para
que no tengamos tentaciones? – Sin darse cuenta Tamara pronunció aquellas
palabras que aunque las pensará jamás debería haberlas dicho, no era propio de
ella, estaba a punto de retratarse cuando...
-
¡Jajajaja!
¡Mira a la nueva, Munia te está vacilando! – otra alumna detrás de Tamara se
burlaba de la situación, Tamara no sabía si estaba de parte de Nanami, bueno
Munia según aquella chica, o de ella.
-
Otani-Ojousama,
vuelva a sus tareas, esto no le incumbe- espetó Munia claramente irritada,
Tamara respiró ya más tranquila al parecer, aquella chica estaba de su parte.
-
Que amable,
que delicada… ¡Qué petarda! Aunque te metieran un palo por el culo no podrías
ser más estirada- Otani volvía a la carga, y a Tamara casi se le escapa una
risa, en el último momento se dio cuenta de que no tenía motivos para callar su
risa y dejó que la arrastrara.
-
Munia
¿verdad? Si no te importa y si a Otani…
-
Ashita-
corrigió la alumna misteriosa.
-
…Si a Ashita
no le importa preferiría que me siguiera enseñando la escuela ella.- Tamara
miró durante un segundo a Ashita y después otra vez a Munia, que se revolvía en
su furia, ella y Otani jamás se habían llevado bien pero interrumpir cuando se
estaba ganando a una nueva alumna para conservar la tranquilidad y el orden en
la escuela, hacia que se llenara de ira, sentimiento que nunca había podido
dominar del todo.
-
Estoy segura
de que a Munia no le importará que te saqué de la cabeza toda la mierda que te
ha metido- Tamara sonrió ampliamente, se despidió de Munia con un ligero
movimiento de mano, con intención de burla, Ashita se dirigió contenta de que
hubiera una alumna nueva que no fuera repipi, y que no le importara vacilar a
esa mimada, agarro a Tamara del brazo, tomándola desprevenida y al igual que
ella se despidió con toda la soberbia que pudo. Las dos se alejaron en
dirección a los dormitorios riéndose, aunque ninguna sabía bien por qué.
Pensamientos de Munia…
Nunca podré
ser como ellas, jamás mostraré mi dolor, jamás dejaré que ellas vean lo que provocaron
en mí, no puedo permitírmelo, tengo que vigilar por el orden de esta escuela
eso es lo único que deben ver en mi. Tras esta conversación, Munia lloró.
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